A lo largo de nuestra vida, pensando en la carreta vacía, podemos comprender que hay muchos hombres y mujeres que van por la vida haciendo “Demasiado Ruido”
“Un día”, dice un autor, “caminaba con mi padre, cuando él se detuvo en una curva; y, después de un pequeño silencio, me preguntó”:
– Además del cantar de los pájaros, ¿Escuchas algo más?
– El ruido de una carreta.
– Sí, es una carreta vacía.
– ¿Cómo sabes, papá, que es una carreta vacía, si no la vemos?
– Es muy fácil saber si una carreta está vacía por el ruido. “Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace”
A lo largo de nuestra vida, pensando en la carreta vacía, podemos comprender que hay muchos hombres y mujeres que van por la vida haciendo “Demasiado Ruido”: hablando demasiado de su vida exitosa e intachable, interrumpiendo la conversación de los otros, siendo inoportunos o violentos, presumiendo de lo que tienen y saben, menospreciando a la gente. Entonces, pienso en la carreta: “Cuanto más vacía la carreta, mayor es el ruido que hace”…
Así somos muchas veces. Buscamos la propia gloria, brillar, destacar, que el mundo admire nuestras obras. Llamamos la atención, buscamos la manera de sobresalir, de “hacer ruido” para que nos vean (Mt 23,12) sin darnos cuenta de que cuanto más “ruido” hacemos es porque tanto más vacío está nuestro corazón. Porque nadie está más vacío que aquel que está “lleno de sí mismo”.
Es necesario “vaciar” (Mt 16,24; Jn 3,30) la carreta de nuestra vida de nosotros mismos y dejar que Cristo la “Llene” (Jn 4,14), y así, rebosemos siempre de Amor, Alegría, Paz y abundante gozo.